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julio 03, 2010

Ineludibla

Dios como me encanta tu espalda y que te amoldes al lugar en que iba esa costilla que me falta, ahí donde el día avanza mientras tú te acurrucas a dormir, despiertas y luego te vuelves a dormir; y entre tanto, yo estudio como das brinquitos si te espantas y como disimulas que el traguito de saliva lleva prisa, cuando me porto mal e infrinjo con una mirada o con las manos sobre el tenue arco de tu espalda (que recalco como me reencanta) tu espacio personal y luego al decirme adiós te conviertes pequeñita, te escondes en mi pecho y yo me vuelvo gigantesco.

Odio por las tardes ese perfume tuyo en el cojín, en la camisa que cambié tres veces y las varias noches después en que sigue preguntándome por ti.

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