De la mano y luego de más grande solito, caminábamos del kinder a la casa, yo recogía las piedras más ridículamente grandes y feas, las guardaba en los bolsillos de la bata de la escuela, andaba yo de regreso a casa con el pantalón más inconcebiblemente sucio era yo un collage de pasto con tierra y quejas por ser un niño melindroso, hacía la carta de reyes después de recibir los regalos que me habías adelantado y terminabas el mero día buscando juguetes suplentes; con novias que nunca fueron novias y a las que nunca entregue lo que les compramos, el tramposísimo tira papas.
Luego más grande mientras rompía el record del niño con más chichones en la cabeza, en el parpado y el segundo lugar en pómulo izquierdo, tú te hacías experta en primeros auxilios, tus clases de box con todo y guantes para que no me pegaran lo más grandes, el regaño: decirme que no estaba tan guapo por hacerle feo a una niña; la poesía, un tlacuache, catarinas mascota y dos pies izquierdos.
Vino la mala ortografía, la escuela que me dejaste escoger y las latas de ambiental para el diez que te hicieron pepenadora, el citatorio por fracturar a un amigo, las primeras malas notas, los amigos de toda la vida que juagaban futbol y ahora se alcoholizan sin control (ellos, no yo), malo en artísticas y en esa la maldita flauta Yamaha que por ahí anda, una hoja seca, un apéndice y mis malos modos.
Disturbios crepusculares y el Jesús en la boca en más de una ocasión, hasta San José me conoció (de afuera pero me conoció), fractura, tus persecuciones a maestros, mi reclamo porque un día me di cuenta mientras veía como el peso se devaluaba que tú seguías dándome 10 pesos desde la primaria, creo que era la forma en que tu no tan subconsciente pretendía detener el tiempo.
Luego de blanco, como antes todos los lunes pero ahora jugando al médico y seguro para ti no he crecido tanto desde ese hace mucho.
Empezando a escribir me di cuenta que sin importar a donde me traslade, cada momento con sal o tan lleno de azúcar, ya sea descalzo o con pies grandes y torpes, que me vista de corbata o de marinero; todos esos, los lugares que no vuelven jamás terminan por regresar y sin cansarse de girar entre tus órbitas, descienden hasta sembrarse en tus jardines.
Yo no puedo cotejar con letras tanto sentimiento.