Atiborrado de miedos
yacía bajo los escombros de viejas decepciones,
buscando el amor en mis días,
tanto como lo encuentran las putas que ni se quitan los tacones.
Y así caminaba frugal entre los días,
sin más calor en el pecho,
que el que le trae a tu pueblo la tarde
con aquellos soles de bisutería.
Y de pronto tan de la nada
con la desfachatez de aquel fantasma,
que aparece de repente al volver de su juida con la neblina,
así de súbita se me asomó la alegría.
Como aquel pueblo de donde son tus manos frías.